Me demore en escribir esto, han pasado algunos meses desde que llegamos a casa después de visitar el Parque Nacional Torres del Paine y de seguro tenía que digerir más la experiencia vivida.
Que Torres del Paine sea de los destinos más conocidos y visitados de Chile no es ninguna novedad, que sea reconocido a nivel internacional no impresiona cuando estas ahí y probablemente sea muy difícil mejorar alguna crónica de otro viajero cautivado por esos paisajes y absorto de las posibilidades outdoor que permiten dichas rutas.
Nosotros fuimos por todas esas recomendaciones y porque estando en Chile es casi una obligación conocer estos lugares que despiertan el interés de muchos alrededor del planeta y los moviliza desde distintas latitudes. Así que ahí estábamos los dos, iniciando el sendero a las Torres casi como una procesión junto a cientos de otras personas.
El recorrido comienza desde Puerto Natales, algo así como hora y media separa a esta ciudad de la entrada del Parque Nacional, llegando a la Portería Laguna Amarga. Habíamos arrendado un auto por lo que esa mañana desayunamos tranquilos antes de iniciar el viaje, de otro modo hay que hacer coincidir los tiempos con los buses que salen temprano. En la portería se nos invita a registrarnos y a escuchar la charla sobre el Parque que, en inglés y español, alienta a proteger la zona, evidentemente es imprescindible después de los incendios causados en los últimos años.
Todo ese ritual nos había permitido estar caminando en un sendero de 7,9 kilómetros aprox. y 6 a 7 horas de duración. Nuestras conversaciones se nutrían de las percepciones, elementos del entorno, observación de otros turistas y de las sensaciones corporales que íbamos sintiendo. Un poco de frío, después un poco de calor, el cansancio también nos afectaba hasta encontrar un poco de descanso en el Campamento Chileno. Una colación reparadora y la inquietud que se incrementaba por llegar a la cúspide.
En este andar pensaba, ¿Qué hace que tantas personas deseen experimentar estas sensaciones? por supuesto no era muy agradable el peso de la mochila, el hormigueo en las piernas o el calor de la planta de los pies, sin embargo, todos seguían el camino. Será por estar frente a un desafío, por hacer presente el esfuerzo, la emoción o el recuerdo atesorado, pero nadie se rendía, todos conscientes que hay lugares que, por suerte, sólo se pueden conocer caminando.
Al entrar en el último tramo, te encontrabas con quienes ya regresaban y te daban apoyo para seguir adelante. Nadie estaba arrepentido, todos con caras sonrientes, aliviados y contentos. El cansancio se desvanecía al ver que quedaba poco, aunque los últimos metros son maltratadores, al recibir el reflejo del sol en las rocas grises y desnudas.
De pronto, la alegría de una visión, el paisaje extensamente retratado, aparece como un golpe conmovedor. Las tres Torres y una laguna turquesa dan la bienvenida y se ilumina la escena con todos los visitantes maravillados. A ratos, las nubes cubrían los picos altos de las montañas, luego volvían a aparecer en una danza lenta que daba espacio a la fotografía que perpetuaba ese momento. También estábamos contentos, plenos y felices de compartir este viaje, que se quedará como recuerdo para toda nuestra vida.
El regreso era un tránsito largo, aunque el desnivel te ayuda hasta llegar al refugio, camping u hotel para un reparador descanso. Estas alternativas se disponen para los viajeros con distintos presupuestos. Una atractiva opción es registrarte para la cena en el Refugio Las Torres (debes hacerlo hasta las 17:00hrs.) y después quedarte en camping para cobijarse bajo la tela de una carpa para dos (las que también se pueden arrendar). Si tienen suerte no te tocan vecinos bulliciosos, sino, por el cansancio sólo lo sufrirás un rato o siempre te puedes unir a la fiesta.
Al otro día, puedes seguir con la famosa W (sendero de 5 días) o la O (de 8 a 10 días), circuitos que son muy recomendados. Si lo tuyo no es el largo trekking o dispones de poco tiempo, puedes visitar el mirador de los Cuernos del Paine, en el camino la mirada de los guanacos es constante, también encuentras fácilmente zorros y liebres.
Mi corazón volvió a rebosar de felicidad en vista del Lago Nordenskjöld y sus cristalinas aguas, la vegetación patagónica, compañera de viaje, enmarcaban este escenario y nosotros disfrutábamos del momento.
Ese día dejaríamos el Parque por la Portería Río Serrano, recuerdo que antes de partir quería llevarme grabada la vista desde el Puente Serrano, detuve el auto para respirar y en esa inspiración dejar que el aire se abriera paso por mi garganta apretada de la emoción. Con ojos vidriosos sólo pensaba, que oportunidad tengo de estar aquí, que agradecimiento por estar viva. Leonel comprendió mi motivación al detenerme y abrigándome en sus brazos guardamos para siempre esta conmovedora experiencia.