Mágico para algunos, caótico para otros, Valparaíso tiene ese particular encanto que nos atrapa, lentamente sin siquiera notarlo. Aprovechando un fin de semana largo nos escapamos a este puerto que nunca duerme.

Como siempre, nada más llegar, la ciudad  te da la bienvenida con ese ambiente tan característico; colores, ruidos, aromas, tradición y esa atmósfera cargada de misticismo, un poco vintage un poco hipster que, sin duda, suman a su calidad de ciudad patrimonio.

Ubicado en pleno cerro Concepción, nuestro hotel, una casona de 1900 bien conservada y equipada, decorada en líneas modernas, era todo lo que se puede pedir para garantizarnos un reponedor descanso.

Una vez instaladas nos dispusimos a recorrer un poco y aprovechar de buscar algún lugar para un pequeño tentempié. No tuvimos que andar mucho para encontrar lo que queríamos en el Café Central, lugar muy ondero, en donde disfrutamos de unos deliciosos brownies y un rico café, mientras nos deleitábamos con la música clásica proveniente desde el conservatorio ubicado al frente, momento simple pero lleno de magia. Además, aprovechamos de vitrinear un poco entre los objetos y artesanías de las tiendas y talleres que se encuentran en el lugar.

Con las pilas ya más recargadas seguimos recorriendo, perdiéndonos entre pasadizos y escaleras, hasta dar con el famoso paseo Gervasoni, un clásico que no importa cuántas veces se visite, siempre nos regala hermosas postales del puerto.

Es en pleno paseo Gervasoni donde se encuentra el Museo Mirador Lukas, instalado en una hermosa casona, del siglo XIX. En él se puede repasar parte de la obra y trayectoria de Renzo Pecchenino Raggi, mejor conocido como Lukas, ilustrador y caricaturista ítalo chileno cuyo humorístico e ingenioso enfoque sobre la realidad y el acontecer de Chile y Valparaíso marcaron toda una época en los principales medios de prensa del país.

Luego de permanecer algunas horas y aprovechar de hacer algunas compras en el gift shop del museo, seguimos recorriendo hasta la hora de cenar. Entre la variada oferta existente en el área nos decidimos por el restaurant del hotel Fauna, para aprovechar la entretenida terraza y hermosa vista a la bahía. Allí disfrutamos de diversos montaditos: pollo con almendras e higos glaseados, pescado ahumado y limón y otros de jamón serrano. Luego para coronar la noche una exquisita tabla marina acompañada de tragos de la casa llamados; Cosmo Alegre y Saint Dimalow, ambos igualmente maravillosos, pero si tengo que recomendar alguno es el Saint Dimalow por sus toques refrescantes de naranja y maracuyá. El Cosmo Alegre no recuerdo mucho pero tenía frutos rojos y limón y también es exquisito.

Comenzamos la mañana siguiente con el abundante desayuno del hotel. Queríamos visitar la Sebastiana, pero no fue posible al ser feriado, sin embargo, la feria artesanal próxima al museo estaba funcionando. Seguimos recorriendo el sector en busca de otro de los hitos del lugar, el Museo a Cielo Abierto, famoso por sus murales de célebres artistas chilenos, como Nemesio Antunez, Roberto Matta o Matilde Perez, por nombrar algunos. Tristemente este lugar nos dejó con un gustillo amargo al percatarnos de que la mayoría de los murales  han desaparecido o han sido cubiertos por grafitis. Aun con todo eso, vale la pena conocer el lugar y descubrir los coloridos rincones del Cerro Bellavista.

Evocando los antiguos pataches universitarios, decidimos almorzar en el célebre J Cruz, famoso por ser el lugar en donde se inventaron las Chorrillanas y que felizmente se encontraba abierto, aunque a máxima capacidad. Allí más que la comida, lo que se agradece es el ambiente y la tradición. El lugar es encantador, con esa decoración tan típica, tan de puerto que sin duda lo hacen un lugar único.

Más tarde, una caminata por los alrededores, recorriendo la Plaza de la Victoria, el reloj Turri, la plaza Sotomayor entre otros….

El recorrido nos llevó de regreso hasta el cerro Concepción, en donde descubrimos el que se transformó en nuestro local favorito: La Belle Epoque, un lugar encantador mezcla de café y galería de arte, con variedad de platos para desayunar, almorzar o tomar el té. Este lugar no solo es muy acogedor, también tiene una vista maravillosa al puerto y muchos objetos de arte y decoración. Ideal para tomar un respiro entre escaleras, miradores y callejones.

El arte, siempre presente en el puerto, se respira a cada instante, las variadas galerías del sector son, sin duda, un gran panorama, la mayoría muy completas, con mucha presencia de artistas locales y también de figuras consagradas. Es fácil perder la noción del tiempo mientras se recorren.

Para concluir el día, decidimos cenar en el Restaurant Cinzano, otro clásico porteño, de esos lugares en que parece que el tiempo se detiene y en que se puede disfrutar de la cena al son de tangos o boleros interpretados por artistas locales y que los entusiastas comensales, incluyendo a muchos extranjeros, se apresuran en corear. Fue muy gracioso ver como un grupo de “gringos” intentaban cantar “La joya del Pacífico” motivados por el éxtasis y fervor con que lo hacían los lugareños que se encontraban allí. En cuanto a la comida,  si bien, los pescados son lo más recomendado de la casa, las carnes rojas estaban en su punto y todo muy bien preparado. Vale la pena conocerlo para un grato momento.

Así el romance acompañaba cada una de nuestras travesías por el puerto y aun nos quedaba mucho por descubrir….

Carla y Marcela

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